Inteligencia: no es tener instrucción ni un título universitario, sino la capacidad de adaptarse a diferentes tipos de situaciones, controlando sus emociones y sacando el mayor provecho de ellas. Hay muchos empresarios que ni siquiera han tenido una formación secundaria, y sin embargo, son exitosos. Los conocimientos teóricos o científicos, si no los tienes tú, puedes recabarlos en otros a quienes darás empleo.
Visión: es la capacidad de mirar siempre hacia el futuro y desear convertirse en un individuo activo en ese proceso. El pasado sirve de escuela, de aprendizaje, pero nunca debes “quedarte” en él.
Creatividad: es la capacidad de encontrar diferentes formas de solucionar situaciones complicadas o difíciles. Se obtiene con la capacitación y sobre todo con la experiencia.
Dominio de sí mismo: es la capacidad de autocontrolar las emociones, dominando los impulsos negativos y concentrándose en la actividad empresarial. Las tristezas, las preocupaciones personales, no pueden interferir de ningún modo. Es decir, debes “profesionalizarte”.
Paciencia: es la capacidad de buscar nuevas formas de conseguir resultados, cuando éstos no son los esperados inicialmente.
Comunicación: es la capacidad de identificar cómo marchan los negocios, hacia dónde y qué métodos o herramientas se emplearán para alcanzar el objetivo.
Capacidad investigativa: es la capacidad de innovar en forma constante, actualizándose a través del tiempo, de acuerdo con los constantes cambios personales y tecnológicos. Todas estas capacidades pueden adquirirse con el tiempo y la práctica, o bien se puede conformar un equipo de trabajo para que complemente ésas de las cuales uno carece. Lo principal es tener presente que no hay límites, que es uno mismo quien los idea, y que lo fundamental es querer mejorar la vida propia y la de quienes nos rodean.
